martes, 14 de enero de 2014

10

Mi ansiedad me jugó rudo. La pinche ansiedad. No sé de dónde viene. Mi terapeuta M dice que eso es en lo que hay que enfocarse, saber de dónde, por qué; atacar al problema de raíz. Qué si de mi infancia, qué si de mi adolescencia, qué si del subconsciente, qué si el EVC de hace 9 años, qué si la epilepsia. Mi amiga A diría que Freud qué y que simplemente hago corto circuito y debo aprender a manejarlo. Lo cierto es que se origina ahí, justo ahí, en esa parte de mi mente en donde yo difícilmente -por ahora- tengo acceso. No sé cuándo, ni cómo, ni dónde y mucho menos con quién afloró. M y yo tenemos la sospecha de que surge de la áspera y tirante relación de toda la vida con mi padre.
Tenía varias semanas, y podría decir que un par de meses, que mi mente no volaba tan alto. Se desató en un reciente viernes de enero por la tarde cuando G me llamó por teléfono para que nos viéramos; tenía algo que decirme. Mi reacción después de la llamada fue en cadena: ansiedad, mente fuera de dominio, acción arrebatada, lapso indefinido de vuelo, activación de mecanismo de autocontrol, calma, aterrizaje. Accedí sin estar totalmente convencida. Nos vimos, charlamos, lloramos. Me pidió que volviera. Me negué. Y no por no amarlo, lo amo como desde cuando ya lo amaba y no lo sabía; sino porque no puedo volver si no hay un 'te amo' de su parte, de vuelta. En tres años no ha salido un 'te amo' de sus labios. Tiempo y distancia. Tiempo y distancia.

Abajo, el rayo de sol en la cobija y pared en una de tantas mañanas que amanecimos juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario