Conocí a mi amante H en casa de mi amiga N. Es una casa vieja, grande, y con un aire de descuido y cálidez al mismo tiempo, que además sirve de galería de arte; viven varias personas entre veinte y treinta y tantos años; una especie de comuna posmoderna con trazadas individualidades y responsabilidades. Era una reunión que hacía N por el puro placer de reunirse y cocinar; ella partía o llegaba de Japón. Meses atrás G ya me había rechazado con mi cuestionamiento sobre qué éramos; me quedaba claro que ni amigos, ni amantes, ni 'novios' al cien por ciento, vaya, ni a medias.
Esa tarde que se convirtió en noche, me sentía libre, vulnerable, pero sobre todo seductora. Ví a H llegar y de inmediato algo de él llamó mi atención. Atracción animal pura. Un tanto 'fresa' pero buena onda es lo que primero pensé; 'fresa-hippie' me di cuenta luego. Atractivo, relajado, sincero y sonriente es lo que se destapó de él después. De repente estábamos sentados juntos. Platicamos. De repente bailabámos salsa. Lo besé sin titubear durante el baile, y después con la mayor seguridad, inversamente proporcional a mi vulnerabilidad por G, le dije ¿mi casa o tu casa?. Partimos minutos más tarde. Fue mi casa. Y sus visitas a mi casa se hicieron frecuentes durante unos cuantos meses más.
Uno de los tantos rincones de la casa de N.

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