jueves, 16 de enero de 2014

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GJ es mi amiga, es filósofa y recién es madre. Ha nacido su primogénita, y creo que es la primera vez que me siento feliz por el nacimiento de alguien. Lo sé, puedo parecer un tanto amargada, o quizá es que no tengo ese instinto maternal de la mayoría de las mujeres que se descubre cada vez que llega un bebé al mundo.

Me gusta decir que es filósofa, no sé por qué. No es presunción, tal vez es porque la admiro. Es de mis grandes amigas, una de las más antiguas; nos conocemos desde los 17 años. Aunque no nos frecuentamos tanto como quisiéramos es alguien que siento presente. Cada vez que hablo con ella me siento cobijada por su sabiduría, creo por eso me gusta decir que es filósofa, porque la considero sabia y no creo que sea en sí por la filosofía, simplemente es su esencia. Siempre la he admirado, y ahora más, es de las pocas personas -que conozco- que es congruente con su vida, liga su pensamiento con sus actos y con su espíritu.

En la preparatoria siempre creí que ella no se casaría ni tendría hijos, la veía de cierto modo 'radical'. Creía que alguien que estudiaría filosofía sólo se dedicaría a pensar y a complicarse la existencia; tenía también la imagen de una de mis profesoras que me han marcado en la vida. Sí, la maestra de filosofía; curiosamente los maestros de las materias de humanidades, en la etapa de bachiller, son los que más me significaron, a excepción de uno de matemáticas en el primer año. La maestra L tenía treinta y tantos en aquel último año de la prepa, el mismo cuando conocí a GJ. Veía a la maestra con cierto halo de sabiduría y misterio; era filósofa, estaba casada y no tenía hijos, lo había decidido, no sé sí por su cuenta o junto con su marido; nunca nos dijo la razón exacta del por qué de su decisión; quizá sus jóvenes alumnas no lo entenderíamos. Eso me impactó. ¿Cómo alguien, una mujer, no deseaba tener hijos? Seguro era porque es filósofa, pensé, y creí ese cliché. 'Pinche filosofía, sí está cabrona para que una mujer no quiera tener hijos', me decía a mi misma. Desde ahí, esa posibilidad de no ser madre se insertó en mí, y aún sigo con ella, cada vez más como un hecho. Y creo que por eso ligué a mi amiga GJ a la imagen de mujer filósofa que no es madre. Error. De las 5 amigas que fuimos en la preparatoria, y de las 3 que nos seguimos frecuentando, GJ es la que se casó primero, eso sí, después de terminar la licentciatura. Me sorprendí, pero después comprendí que mi idea preparatoriana sobre ella, era eso, una idea preparatoriana. Y ahora, de las 3 que seguimos en contacto, A, GJ y yo, ella es la primera en tener un hijo, tres años después de haberse casado. Y se ve y es feliz. Su marido también es filósofo, y lejos de que se quiebren la cabeza 'pensando' como se cree de los filósofos, son personas que actuan, que viven lo que sienten, lo que piensan. Para mí, ella es un claro ejemplo de como sí se puede encausar la naturaleza personal hacia la forma de vida que más nos haga felices, no importa cuál sea, de la vida con amor. Antes mi grinchismo me hacía relegar y refunfuñar de quienes se casaban y tenían hijos. Y aunque no estoy a favor de ninguna de las dos cosas para mí, ya no refunfuño de los demás. GJ me ha enseñado que darse el tiempo de pensar, sentir, disfrutar, actuar, y simplemente de vivir lo que se quiera es una muy buena opción, creo que la mejor de todas; y eso no lo dice la filósofa, me lo enseña la amiga, me lo dice su amistad.

Aquí, rumbo a su examen de grado de maestría, en C.U. Sí, lo presentó teniendo ya nueve meses de embarazo.

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