lunes, 6 de enero de 2014

5

La comodidad no está instalada en mí. Parece que sí, y por fuera sé que algunos lo creen. A los 31 años, ya no me molesta eso que piensan. Estoy saliendo de una gran crisis, no sé sí sea la 'crisis de los 30', pero sí ha sido una muy fuerte. Se juntó mi ruptura con G (una separación triste y dolorosa que duró meses), mi renuncia al trabajo para cuidar mi salud debido a un nuevo diagnóstico neurológico, mi determinación para por fin titularme de la licenciatura comprendiendo que necesitaba tiempo para ello, y por ende sin trabajo regresé a la casa materna. Pero más allá de sentirme una falla del cliché femenino posmoderno, en realidad me siento aliviada. Estoy en un oasis; pedí ayuda porque no sabía por dónde empezar a salir del debacle. Busqué el apoyo de quienes siempre han estado ahí y que a veces no los veo o no se hacen presente. Por primera vez en mi vida me siento cobijada por mi madre; sí, es a los treinta y algo que entiendo y siento lo que significa la 'familia', es la primera vez que mi madre es esa madre que nunca sentí durante las etapas tempranas de mi vida, es por primera vez que siento un amor puro e incondicional por parte de ella. Y estoy feliz por eso. Ese amor me está ayudando a sanar ese otro que no encontró el camino ni la fuerza para continuar. Eventualmete me iré y retomaré mi camino.
Todo el torbellino empezó en ese verano de 2013 en donde G y yo nos separamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario